La historia de Anita Delgado tiene todos los ingredientes de una novela romántica. Una chica humilde de la que se enamora un maharajá oriental. Una antigua bailarina que se convierte en princesa. Un grupo de ingeniosos escritores que consiguen juntar a una pareja imposible. La vida de la malagueña parece el argumento de una película.

Ana y su hermana Victoria eran un dúo de bailarinas malagueñas que habían llegado a Madrid buscando fortuna. Cada noche actuaban en el café Central-Kursaal de Madrid como teloneras. Corría el año 1906 y el rey Alfonso XIII se casaba con una princesa británica. Madrid acogía esos días a los invitados de la boda, entre los que estaba el maharajá de Kapurthala, un pequeño principado de la India. El rajá acudió al Kursaal y al ver a la joven malagueña quedó prendado de ella.
El día de la boda de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, el anarquista Mateo Morral tiró una bomba contra el coche nupcial. El atentado hizo que los invitados de la boda evacuaran rápidamente Madrid. Entonces el maharajá y Anita Delgado empezaron una relación epistolar en la distancia. Anita escribía con un lenguaje muy pobre y con muchas faltas de ortografía. Fue entonces cuando un grupo de escritores que se hacían sus tertulias en el Kursaal sustituyen, sin que ella lo sepa, las cartas simplonas de Anita por verdaderas composiciones literarias que el rajá recibe sorprendido. Ramón María del Valle Inclán fue el autor de la mayoría de las cartas.
La boda se celebra en París en 1908 y Ana Delgado va a vivir a la India, donde se convierte en maharaní o princesa de Kapurthala y tiene un hijo con su esposo. Durante el embarazo surgen complicaciones y la malagueña se encomienda a la virgen de la Victoria, patrona de su Málaga natal. Le promete un manto nuevo si el niño nace sin problemas. Años después Anita cumple su promesa enviándole a la virgen un riquísimo manto salpicado de joyas. El mojigato obispo malagueño decide guardar el regalo en un cajón porque proviene de una «infiel».
La maharaní de Kapurthala murió en Madrid en 1962 y su familia volvió a tener problemas con la Iglesia para enterrarla en un cementerio católico.