
Gestor cultural, historiador y periodista

«Yo soy el hijo del Sol. Yo soy la estrella de la mañana. Yo soy el señor del Nilo. Rey del alto y bajo Egipto. Yo soy Faraón…»
De esta manera s
e presentan ante nosotros los constructores de una de las arquitecturas más impresionantes del mundo. Las personas que, revestidas del poder de dioses, fueron capaces de levantar las pirámides, esclavizando para ello a cientos de miles de sus semejantes. Y es que las grandes obras de la arquitectura asientan sus cimientos sobre la injusticia. Las veces que en mi vida he visitado san Pedro del Vaticano siempre me han embriagado el mismo sentimiento contradictorio: admiración y repulsión. Admiración ante uno de los edificios más impresionantes de la Historia del Arte, pero a la vez repulsión por cómo se financió esa magnífica obra: a base de falsas promesas sobre la salvación de las almas, aprovechándose de la esperanza y el miedo de las pobres gentes. Lo mismo ocurre con las pirámides, cuyos sillares reposan sobre la esclavitud, la desigualdad, el abuso de poder y la miseria. El ser humano es capaz de hacer a la vez las cosas más maravillosas y las más detestables. Por eso, somos mitad divinos y mitad humanos. Individuos que tiene todo el poder para crear belleza, pero que se empeñan en la fealdad, la guerra y la crueldad.
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Sevilla tuvo un gran arquitecto: Aníbal González, el Gaudí sevillano, el gran artífice de la exposición del 29. Esta, que es una ciudad ingrata, solo le conoce por la joya de la corona de su gran legado: la plaza de España. Pero Aníbal tenía en su cabeza de genio otros muchos proyectos, ideas que nunca llegaría a realizar. En el interior del parque de la Buhaira aún se ven los cimientos de la que iba a ser la gran Basílica de la Inmaculada Milagrosa. Una inmensa plaza de 120 metros de diametro daría entrada a un templo neogótico con una fachada de 45 metros de altura, flanqueada por dos torres de 100 metros cada una, que rivalizarían con la propia Giralda. La Milagrosa hubiese sido nuestra Sagrada Familia. Sin embargo, el templo expiatorio sevillano corrió peor suerte que el catalán. Y es que los barceloneses han sabido sacar un importante rédito de esto de lo «inacabado», convirtiendo a la Sagrada Familia en el monumento inconcluso por antonomasia. ¿Se concluirá algún día la basílica catalana? Las reglas del marketing no lo permiten. ¿Qué turista quiere ver un templo ya concluido?Todo buen arquitecto, incluso los de interiores, sabe que un edificio necesita unos buenos cimientos. Los cimientos de la Giralda, una torre de más de 90 metros, no llegan a los 9 metros de profundidad y para su elaboración de utilizaron los materiales de la Sevilla romana. Eso nos da una idea fidedigna de la personalidad de esta urbe.
«Sobre palos». De ahi viene el nombre de mi ciudad. La chauvinista mente de un sevillano puede imaginar el pasado glorioso de una gran urbe romana, una Híspalis pulcra y monumental, llena de mármoles y grandes templos. Pero ese papel estaba reservado a la vecina Itálica, cuna de emperadores. Nuestra Sevilla probablemente sería una laguna hedionda, levantada en el lugar dónde hacía poco estaba el mar, alzada sobre palos. Una Venecia de la Edad Antigua sobre el lago ligustino. His-palis, sobre palos. De ahi viene su nombre…
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