Un flechazo imperial

Sevilla fue testigo en 1526 de una de las historias de amor más interesantes del siglo XVI. El 10 de marzo de este año se celebraba en el Alcázar, a media noche, la boda de Carlos I e Isabel de Portugal. Un matrimonio de conveniencia que se convertía en todo un flechazo.

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Carlos I e Isabel de Portugal de Rubens. Colección duques de Alba. Fuente: Wikimedia Commons

Carlos e Isabel no se casaron una, sino tres veces. Los contrayentes eran primos  (Juana la Loca y María, las madres de los novios, eran hermanas) Por ello, la primera ceremonia por poderes, realizada en Portugal en noviembre de 1525, no se consideró válida. Hubo de repetirse en enero de 1526. La tercera ceremonia, en la que los novios por fin se conocieron, se hizo en Sevilla el 10 de marzo de 1526.

La boda era un matrimonio de conveniencia. Carlos necesitaba mucho dinero para ser coronado emperador de Alemania y el hermano de Isabel estaba dispuesto a pagar una generosa dote. Pero lo que comenzó como una boda política, se convirtió en un flechazo.

Los emperadores se encuentran en el Alcázar de Sevilla un día antes de la fecha prevista para la boda. Sin embargo, la ceremonia termina celebrándose en mitad de la noche, según los más románticos porque los enamorados no podían esperar. Las razones parece que fueron más prácticas: el emperador sabía que el Papa lo excomulgaría al día siguiente por mandar ejecutar al obispo de Zamora. Así mismo, ese mismo día el emperador había conocido la muerte de la reina de Dinamarca y el monarca no quería que el luto retrasara su boda.

La estancia de Carlos e Isabel en Sevilla hasta mayo trajo muchas anécdotas. El embajador de Persia había traído a los novios un exótico regalo, las semillas de una extraña flor: el clavel. El emperador mandó plantarlas en los jardínes del Alcázar y desde entonces son un símbolo de Andalucía y de España.

El amor entre estos dos personajes, más allá de la leyenda romántica, parece auténtico. Tanto es así que cuando la emperatriz muere 13 años después durante el parto de su séptimo hijo, Carlos entra en una terrible depresión. Este estado de ánimo influyó en la decisión, años después, de abandonar las tareas de gobierno y entregárselas a su hijo Felipe II y a su hermano Fernando. Fue entonces cuando Carlos V decide retirarse al monasterio de Yuste conservando en sus habitaciones el retrato de la que fue el amor de su vida, la emperatriz Isabel.

Publicado por Adrián Yánez

Gestor cultural y periodista. Desarrollo proyectos culturales y de comunicación. Sevilla. Andalucía.

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